Mareadoras: un juego muy adictivo

La vida es compleja, te levantas, desayunas, vas al trabajo (si tienes suerte de tener uno), hablas con los compañeros, sonríes a la guapa de tu oficina, y así todos los días… Emoción: 0. El tiempo pasa, nos hacemos más viejos, y seguimos solos. Las chicas de una noche no nos satisfacen, las follamigas se convierten en algo tan trascendental que no apetece llamarlas y las voces de tu cabeza siguen murmurando frases que no entiendes, pero significados que te rozan el alma. Te sientes tonto, no te apetece hablar con nadie, quedas con los amig@s y estás en modo standby, como un robot que apenas sonríe. La cerveza que has pedido sabe a agua, y eso te hace beber más, aunque no sabes si es para olvidar o para viajar… a un lugar diferente, en el que el dolor apenas exista, en el que la alegría no te excluya. Dentro de ti piensas: ¡-Que patético soy!-. Pero no lo eres, estás a mucha distancia de serlo.

Decides ahondar en el dolor, ver que ocurre, saber qué es eso que tan imbécil te ha dejado. Vaya, parece que tiene nombre, que es alta, guapa, y risueña. Sí, amigo, te has enamorado, pero hay algo que no encaja, porque sino estarías con ella. Entonces, no es otra cosa que una mareadora.

Expongamos los antecedentes: conociste a esa chica hace X tiempo, pero no paso nada, solo hubo atracción mutua. Volvisteis a coincidir en otra fiesta, esa vez os liasteis. ¡Bravo! Varios fines de semana más tarde coincidisteis de nuevo, y hubo sexo, parecía que la cosa funcionaba, se podría decir que no la veías como una tía más. ¿Entonces que ocurrió? Igual fue el hablar por móvil tantas horas, el contarse ambos secretos, el tener ganas de verse de nuevo pero no quedar, ¿o quizás fue que solo eras uno más para ella?

El caso es que seguiste hablándole, seguiste intentando quedar con ella, pero nada, era imposible. Al final, por amor propio, tiraste la toalla, pero no pasaban dos días sin que ella volviera a aparecer. Poco a poco, notabas que se estaba riendo de ti, que estabas más cerca de la friendzone que de conquistarla. Tuviste que cortar de raíz, fuiste fuerte, le contestaste a sus whatsapps con indiferencia, incluso con asco. Y empezó a desaparecer, se podría decir que por fin eras libre, ya no había nada que te atara a ella. Pero la indiferencia provoca un efecto rebote en él que la práctica. Como si de una droga se tratase, querías saber de ella. Aunque solo fuese un hola, una risa, una historia… Tenías la necesidad de oír su voz, de recibir su sonrisa en una imagen, en un emoticono.

Y el tiempo paso, y ella siguió dando señales de vida, pero cada vez tú eras más fuerte y ella más débil. Ya no la veías como antes, ya no sonreías con sus whatsapps, el móvil dejaba de ser examinado cada 10 min para acabar siendo mirado al final del día y no precisamente por esperar un sms de ella. Un día, ella quiso quedar, quiso verte, pero tú ya no querías. Tal vez, por educación o por pena, o quizás por demostrarte a ti que no había nadie más fuerte que tú, quedaste con ella. Fue una auténtica mierda, no era quién tú creías, y por fin sonreías, por fin la alegría te desbordaba, por fin notabas que te querías a ti mismo. Al fin y al cabo, el problema no era la mareadora, el problema eras tú, que le dejaste jugar con tus sentimientos por algo tan tonto, tan simple: no te amabas a ti mismo.

Nacimos solos en este mundo y moriremos solos. Las parejas solo son personas que te hacen más fácil la vida, pero que para nada te acompañan hasta el final del viaje… Del tramo final te encargas tú solo, con fuerza, con ímpetu, incluso con rabia, pero siempre, siempre, con confianza y amor propio.